En apenas 3 años el director Ridley Scott estrenó dos obras maestras: “Alien: el octavo pasajero” (1979) y “Blade Runner” (1982). La trompeta no volvió a sonar. Al menos no volvió a sonar con la genialidad de esas dos películas que actualizaron los códigos de la ciencia ficción y que se convirtieron, casi de inmediato, en obras de culto.
El legado artístico de “Alien” es infinito. “Alien” no es una simple película de terror espacial. Reducir “Alien” a una historia sobre un monstruo que asusta es no entender nada. Poco importa que “Alien” de miedo o no. Al igual que en “Blade runner” no es necesario seguir el argumento de “Alien” para disfrutar de cada escena.
No todo el mérito de la película fue del director, el guionista Dan O’Bannon es realmente el auténtico padre de Alien. Por aquel entonces O’Bannon tenía fijación por contar historias sobre criaturas extraterrestres que hacían la vida imposible a los seres humanos. Sobre el papel se refería a esos seres como gremlins. En 1974 se estrenó “Dark star”, un guión de O’Bannon que dirigió un joven John Carpenter. “Dark star” era una pelicula de bajo presupuesto pero llena de buenas ideas.
Una película alocada, un poco hippie y que no se tomaba en serio a sí misma pero en ella se manifestaban claramente las bases argumentales de “Alien”. En la película un ser marciano con forma de balón de playa se colaba en un crucero espacial y emepezaba a hacer desastres aterrorizando a la tripulación.
Si O’Bannon es el padre argumental, el pintor H.R. Giger es el padre estilístico de “Alien”. Giger es el responsable del diseño de la criatura y de ese universo barroco y recargado. Un laberinto de angostos pasillos y oscuras cámaras casi faraónicas. Una inmersión en una suerte de yacimiento arqueologico extraterrestre. La arquitectura espacial es la auténtica protagonista. La primera escena es toda una declaración de intenciones, con ese recorrido por las entrañas de la nave Nostromo. Un paseo fantasmal a través de compuertas y luces que se conectan a nuestro paso, entre siseos hidráulicos y sonidos electrónicos. Aquel lugar inerte parece respirar.
Ahora se estrena “Alien: Romulus” que pretende recuperar el espíritu del”Alien” original. Ciertamente en el aspecto formal “Alien: Romulus” vuelve a los espacios opresivos y abigarrados. Hace unos años su director, Fede Álvarez, sorprendió al público con “No respires”, una película tensa donde unos chavales asaltaban para robar en la casa de un hombre ciego y lo que parecía un robo sencillo se conviertía en una lucha por la supervivencia. Un argumento que trasladado al espacio es muy similar al de “Alien”. De hecho los protagonistas de “Alien: Romulus” vuelven a ser una especie de ocupas. Un grupo de jóvenes que, hartos de la precariedad del asentamiento minero donde viven, deciden escapar asaltando una estación espacial, con tan mala suerte que eligen la estación espacial donde duermen en estado de hibernación una colonia de xenomorfos.
Aunque se agradece la voluntad de Fede Álvarez de volver a las raíces de la saga, en “Alien: Romulus” todo parece forzado. En especial un argumento que busca sin cesar giros narrativos para que no decaiga el interés. Un exceso de climax donde los conflictos se amontonan hasta caer en lo ridículo. Lo que empieza bien, con una interesante atmósfera de suspense, termina como un aburrido videojuego donde las pantallas de suceden sin ton ni son.