El asesino que pensaba demasiado

El asesino que pensaba demasiado

David Fincher confiesa que su intención con “The killer” era que el público empezara a desconfiar de todo el mundo. Sentir el miedo a una muerte inesperada a manos de un desconocido que mata por dinero. Con “The Killer” el director vuelve al cine más taquillero, con un thriller basado en una novela gráfica sobre un asesino a sueldo.

David Fincher parece volver a sus orígenes después del fracaso de “Mank”, una película arriesgada para minorías eruditas. “The Killer” también significa el regreso del Fincher más cáustico y violento. Aunque la ópera prima del director fue una secuela de “Alien”, fueron sus siguientes películas, en especial “Seven” y “El club de la lucha”, las que conquistaron el favor del público. Con ellas el director consolidaba un estilo sofisticado y oscuro. En realidad “Seven” no hizo otra cosa que continuar con la moda del cine de psicópatas, que desde “El silencio de los corderos” había sufrido una escalada de sofisticación muy exagerada. Fue sobre todo “El club de la lucha” la película que demostró la versatilidad del director. Una película que, con mucho sarcasmo, proponía un radical manual de auto-ayuda para soportar la depresión de la vida moderna. Con una puesta en escena vanguardista, cercana al cómic y el video-juego, Fincher lograba conectar con las inquietudes de la juventud con su dosificado espíritu punk.

“The Killer” recupera el tono afilado de “El club de la lucha” y su mordaz narración en voz en off. La película se abre con una media hora inicial tensa y sincronizada con la exactitud de un reloj suizo. Como espectador no puedo apartar la vista de ese asesino a sueldo extraño y magnético. Su frenética huida en moto describe, no solo la precisión milimétrica del protagonista sino también la del propio Fincher a la hora de rodar escenas de acción. “The Killer” nos habla de un ser solitario y más aséptico que un ordenador, pero que al mismo tiempo es capaz de cuestionarse la moral de sus actos. Una especie de robot filosófico que interpreta el mundo como un espacio formado por cifras y datos. Son precisamente esos conocimientos estadísticos los que relativizan el valor de la vida y confirman el sinsentido de la existencia. El actor Michael Fassbender en un papel magistral que recuerda (tal vez demasiado) al que interpretó como adicto sexual en “Shame”.

Nadie como Fincher para señalar las patologías del hombre contemporáneo. Sus películas transmiten una mirada desencantada de la sociedad del bienestar. Un mundo de placeres y comodidades que sin embargo nos convierte en seres sin empatía. Un mundo invadido por el miedo que nos aísla y nos obliga a refugiarnos en habitaciones anti-pánico. En definitiva un mundo en estado de psicosis cuya única salvación bien pudiera ser un sótano para peleas clandestinas.

Lo más estremecedor de “The Killer” es comprobar no tanto lo que nos separa del asesino protagonista sino todo aquello que nos identifica con esa vida de afectos ausentes, donde las relaciones humanas son meras transacciones monitorizadas desde un teléfono móvil. Vivimos rodeados de gente pero cada vez estamos más solos. Al igual que el asesino, todos transitamos por un impersonal aeropuerto donde el prójimo nos importa un rábano.

Perico Gual

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