Antes se desconfiaba de un gesto tan inocente como leer. Se decía que leer mucho podía causar locura. Leer no puede traer nada bueno, decían las abuelas. La lectura era uno de los grandes temas del Quijote, cuyo protagonista enloquecía de tanto leer libros de caballería. El paso del tiempo lo cambia todo, ahora leer se tiene por una actividad casi terapéutica. Actualmente parece que un libro puede ser más milagroso que el agua de Lourdes.
La televisión también demostró pronto sus defectos. Vulgarmente era conocida como “la caja tonta” por su facilidad para atontar a quien la veía mucho rato. Los psicólogos no tardaron en advertir de los malos hábitos de ver televisión, especialmente entre los más pequeños.
Ahora es el turno de internet, una revolución tecnológica no exenta de polémica. Internet es un fastidio inevitable para algunos y un universo de diversión para otros. Entre los más jóvenes se habla incluso de adicción digital. Para bien o para mal el mundo se ha volcado en internet. Uno de los grandes atributos de internet es su arrolladora expansividad, un efecto conocido como viralización. Todo lo que se expone en internet alcanza el mundo en un instante. También las tonterías alcanzan en internet el mundo en un instante. La consecuencia es que la banalidad y la apariencia se ha apoderado de internet. Un espacio perfecto para la propaganda.
Hablando de propaganda, recientemente el famoso escritor Stephen King ha recomendado en sus redes sociales la película de terror “La mesita del comedor” que además es española. El escritor conoce las consecuencias que tendrá su opinión. La audiencia de la película se ha multiplicado gracias a esta publicidad gratuita.
“La mesita del comedor” es un caso paradigmático de viralización en redes sociales. Antes de que Stephen King se fijara en ella era una película prácticamente desconocida que ni siquiera fue incluida en el Festival de Sitges. Ahora es todo un acontecimiento digital. “La mesita del comedor” es una película pequeña, rodada con poco dinero y en un par de días. En la película un matrimonio, padres primerizos de su primer hijo, compran una mesa de centro muy fea. Un capricho del marido a pesar de las objeciones de su mujer. Esa mesa no sólo será una metáfora de las tensiones conyugales sino un mal presagio de trágicas consecuencias.
Lo que más llama la atención de “La mesita del comedor” es su fealdad. Una fealdad buscada. Su director, Caye Casas, recurre a planos muy cercanos para provocar un clima de asfixia doméstica. Un costumbrismo tenebrista de texturas sucias que recuerda a “Repulsión” de Roman Polanski y también (salvando las distancias) a “Barton Fink” de los Coen.
Hay algo forzado y excesivo en “la mesita del comedor”. Una película de forzada fealdad y también forzada en su metraje. En realidad la película tiene alma de cortometraje. En cualquier caso, una película tensa y entretenida, con algunos diálogos tan delirantes como divertidos.
“La mesita del comedor” no es tan interesante como película sino como fenómeno especulativo. Una película que ha pasado de la nada al todo gracias al capricho de un comentario. Internet tiene facilidad para magnificar lo pequeño. “La mesita del comedor” no es para tanto y da la razón a ese chiste sobre la compra de artículos por internet cuyo lema es: “esto es lo que compras y esto realmente lo que te llega”.