Justo unas horas antes de la función de Els darrers sis dies en el Teatre Principal de Palma coincidí con Marta Barceló en un encuentro con traductoras de varios países en el marco de la Fira B!. Tras un turno en el que varios autores y autoras presentamos nuestras obras, la coordinadora Cristina Bugallo les preguntó a las traductoras —entre las que se encontraban las profesionales que han traducido a Marta en Estados Unidos, Alemania, Hungría y Portugal—qué encontraban en la obra de la palmesana para que esta se haya convertido en la dramaturga balear más traducida en el extranjero. Y también le preguntaron a la propia Marta. Tanto ella como sus traductoras coincidieron en dos premisas: la búsqueda de la honestidad como motor de teatro y la presencia del humor siempre, por más que la tragedia pretenda devorar tanto al público como a los personajes. Y esto que acabamos de decir se cumple a pies juntillas en Els darrers sis dies. El humor—algunas veces indisimuladamente negro— ha estado siempre muy presente en la tradicional comedia de velatorio, que permite abordar el miedo a la muerte y el dolor de la pérdida sin que ni lo uno ni lo otro se conviertan en temas tabú, facilitando la catarsis colectiva mediante la observación de un panorama que dialoga con cada uno de nosotros, por más que la realidad nos pese, por más que queramos evadirnos, por más que el sufrimiento haga que nos encojamos como ovillos abandonados en la inmensidad de la butaca.
Y no estoy diciendo para nada que la obra de Marta sea una comedia de velatorio: transciende el género desde el drama, explorando los secretos familiares y los vínculos, las disputas inoportunas y las reconciliaciones sanadoras, la crítica social—ni los servicios sociales ni la burocracia médica en general salen bien parados—y el posicionamiento político: de alguna manera se reivindica el derecho a morir dignamente; podemos decir que no se queda en la dermis, sino que atraviesa todas las capas de piel que se acumulan—como los seis días de una espera muy beckettiana en la que Godot es la Parca—en la historia familiar, cicatrizando la herida en una muerte que incluso llegamos a sentir como natural y necesaria.
Els darrers sis dies, como venimos diciendo, es una obra que habla de la espera como antesala del tránsito, un duelo anticipado que nos conmueve con una fuerza inusitada porque nos sitúa como espectadores en el centro mismo de una aventura—disculpen la palabra— que estamos viviendo, que hemos vivido o que sin duda viviremos algún día.
Coloma, una madre que puede ser todas las madres, descansa en su lecho definitivo donde tarde o temprano se producirá un desenlace irreversible, pero no por esperado menos doloroso: se encuentra en situación de cuidados paliativos, y sus tres hijos afrontan—cada uno desde su vórtice de verdad correspondiente, desde su propia realidad—que no se alargue más de lo aconsejable el tiempo del desconsuelo.
La dramaturgia de Marta Barceló construye un artefacto dotado de cohesión —oh milagro—desde el fragmentarismo: fragmentarismo en las historias de vida de los hijos y de la cuidadora, fragmentarismo en las lecturas del cuaderno de Coloma, fragmentarismo en la sucesión de días que como estampas consecutivas derivarán en la noche mas larga. Los directores, Xavi Núñez y Joan M. Albinyana, apoyan con complicidad la propuesta de la autora, hecho este que considero un gran acierto. La mirada directa a público de los intérpretes dota al conjunto de un aire confesional que transciende la escena y que provoca la sensación de que los hijos de Coloma se dirigen íntimamente a cada uno de nosotros. En alguna ocasión me pareció que me hablaban al oído sin que entre nosotros mediara ninguna pared imaginaria. Es cierto que la cuarta pared no se rompe, pero se quiebra a veces con el recurso de la narración puesta en boca de tres actrices y un actor que se lucen y que consiguen que veamos en escena la hermandad, la ternura, la complicidad…y también, por qué no decirlo, esa mala leche que a veces se desborda en el seno de la intimidad: Alexandra Palomo, Carme González, Karen Codina y Sergio Baos no rehúyen el cambio de registro interpretativo que requiere la oscilación entre lo trágico y lo cómico, y recorren esa línea de riesgo con sobrada solvencia.
El espacio sonoro creado por Joan M. Albinyana —que firma también un espacio lumínico deslumbrante— subraya la acción con una determinación y una sutileza que sobrecogen, dotando de protagonismo a los latidos de un corazón que se convierte en puente entre la vida que se apaga y la vida que comienza, en metáfora de lo que está por venir y de lo que ya se está yendo inevitablemente. Frente a esos latidos, la respiración que se va apagando hasta dejarnos huérfanos a todos en el patio de butacas.
En definitiva, en Els darrers sis dies todo el engranaje se pone al servicio de una historia que no es fácil de contar, y que cuando se cierra el telón queda contada como si delante de nosotros hubiese transcurrido toda una eternidad sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Como si todos nos hubiésemos quedado huérfanos con una sonrisa en la boca. Qué cosa tan rara.
Pero qué bonita.





