Me gustan las películas de miedo, pero no me suelen dar miedo. En cambio hay gente que se cierra en banda a ver películas de miedo porque lo pasan fatal. Es decir, las películas de miedo conmigo no consiguen lo que quieren y sin embargo aquellos que pasan miedo, miedo de verdad, se niegan a verlas. Un asunto curioso. A veces me paro a pensar en paradojas como ésta y otras tonterías peores, como si a un soldado profesional le gusta la guerra o a un bombero que se quemen cosas.
“El sexto sentido”
Cuando se habla de cine de terror contemporáneo es inevitable pensar en M. Night Shyamalan. El director estadounidense, de origen indú, ha entendido mejor que nadie el interés que causa lo sobrenatural. Su película de fantasmas “El sexto sentido” catapultó su popularidad. La película no sólo hablaba de espíritus, sino que ofrecía un giro argumental que dejó al espectador patidifuso. Con una sola película, y ese desenlace sorprendente, Shyamalan se metió al público en el bolsillo y se convirtió de inmediato en un director de culto.
Desde entonces los seguidores de Shyamalan aguardan con expectación sus películas, esperando nuevos sustos y nuevas sorpresas. Pero más allá de los finales sorprendentes, el director tiene talentos más profundos, como su habilidad para combinar el entretenimiento con un barniz de filosofía ligera. Bajo la apariencia de película comercial sus argumentos esconden un latido de trascendencia que activan la reflexión del espectador. Pero si algo caracteriza el cine de Shyamalan es el tratamiento estético del suspense. Un estilo cuyo referente es Hitchcock, pero centrado en los misterios del más allá. A través del montaje, el ritmo y la puesta en escena Shyamalan logra una inquietante sensación de extrañamiento, sin duda la mayor virtud de su cine.
Shyamalan ha creado escuela. Ahora se habla mucho de “terror elevado”, un concepto que debe mucho al estilo del director. Directores como Jordan Peele, películas recientes como “Dejar el mundo atrás” o series como “From” tienen el sello inconfundible del director.
Pero el cine de Shyamalan ha ido perdiendo fuerza. Los sustos de sus películas no parecen suficientes, tal vez porque el público se ha acostumbrado a ellos o más probablemente porque Shyamalan no quiere continuar con esa estrategia. Pero no sólo el público sino también la crítica ha perdido interés. Una de las grandes debilidades del cine de Shyamalan es su ingenuidad. Hay algo un poco infantil en sus argumentos y muchas de sus películas son bastante tontas.
“Los vigilantes”
Ahora la hija del director, Ishana Shyamalan, se estrena como directora con “Los vigilantes”. Ishana sigue los pasos de su padre, presentando una película de temática sobrenatural, con una historia sobre bosques neblinosos, monstruos y antiguas leyendas. En la película una misteriosa habitación de hormigón y cristal se levanta en lo profundo de un bosque irlandés. En ella recalan todos aquellos que se pierden. Prisioneros en esa habitación-cubo, los cuatro protagonistas son observados como cobayas por unas siniestras criaturas. Al parecer las criaturas se entretienen de esta forma como nosotros viendo Gran Hermano en Telecinco.
Ishana quiere ser su padre, sin duda asesorada por él, pero todo le sale regular. “Los visitantes” es una película aburridamente evidente, con recursos visuales mil veces vistos y todo el repertorio de efectos del género “terror folk”. Pero a pesar del esfuerzo no hay ni rastro del talento Shyamalan para crear inquietud y desasosiego.
Lo peor de todo es la pretensión de Ishana de dotar al argumento de profundidad mitológica. Hubiera sido mejor no explicar nada. La supuesta leyenda ancestral que sustenta la historia no tiene ni pies ni cabeza y conduce a un desenlace ridículo. En su primera película Ishana incurre en todos los defectos del padre, pero sin demostrar ninguna de sus virtudes. “Los vigilantes” es tópica y previsible. Todo es lo que parece, es decir: una película primeriza de una hija intentando copiar al padre.