Inquietudes: la obra maestra que no ha visto nadie

Inquietudes: la obra maestra que no ha visto nadie

Sin duda usted olvidará este aburrido artículo y con él olvidará que existe una película llamada “Inquietudes”. Tal vez sea mejor así. Porque “Inquietudes” es la película que no conoce nadie y su desconocimiento es parte de su magia. “Inquietudes” no es una película para ser vista sino para ser descubierta. Descubierta como el explorador que se topa con un indígena en las selvas de Sumatra o como el joven que experimenta el amor por primera vez.

Para hablar de “Inquietudes” hay que hablar (otra vez) de los años ochenta. Una década mitificada por aquellos que no la vivieron. Las nuevas generaciones están convencidas de que los años ochenta fueron un eterno desfile de pelos cardados, chaquetas con hombreras y colores flúor. La realidad es que España era bastante gris.

Ahora todo es ochentero. Un adjetivo de moda que se instala cansinamente en el diseño, la publicidad y el cine. Yo viví los ochenta sin darme cuenta de que aquello seria recordado como una gran discoteca. Por aquel entonces todo parecía normal: mi barrio, mi colegio, el supermercado, la panadería o el video-club de la esquina. Tuve la suerte ver “Los Goonies” y “Regreso al futuro” en el cine. Pero todas las películas que ahora son mitos ochenteros parecían películas corrientes. No parecían películas ochenteras, ni futuristas, ni modernas, ni nada. Permítanme el perogrullo pero en los años ochenta las cosas no parecían ochenteras, sencillamente era lo que había.

En cambio con “Inquietudes” experimenté una revelación. Experimenté la modernidad. “Inquietudes” era nueva, futurista, eléctrica. Gracias a ella me di cuenta de la década en la que estaba viviendo. Con “Inquietudes” pude ver las luces de neón, los pelos cardados, las hombreras y los colores flúor. Me sentí ochentero. Me refiero a que me sentí ochentero en los mismos años ochenta. Una sensación de vanguardia estética que no había sentido hasta entonces.

Su director, Alan Rudolph, había sido ayudante de Robert Altman. La élite del cine independiente. Un cine para minorías. Las películas de Rudolph llegaron a los años ochenta como una ensoñación. Películas climáticas, de argumento vagabundo y largos silencios. Su estilo, intimista y atmosférico, cristalizó con tres películas esenciales: “Bienvenido a los Ángeles” (1976), “Elígeme” (1984) y “Inquietudes” (1985).

“Inquietudes” no sólo era moderna, también era clásica. Alguien dijo sobre ella que representaba lo que hubiera sido el cine negro si éste no hubiera caído en desgracia en los años sesenta. El influente crítico Roger Ebert se refirió a ella como una película construida con la memoria de otras películas. “Inquietudes” era “Casablanca” pero también “Blade Runner”.

En “Inquietudes” no hay coches que vuelan, ni robots tan perfectos que parecen humanos, pero todo en “Inquietudes” recuerda a “Blade Runner”. Tal vez por ese latido melancólico de la gran ciudad. O por ese tren monorraíl que atraviesa la noche. Tal vez sea la ridícula transformación cyber-punk de Keith Carradine. O tal vez por ese precioso final que, simplemente, es el de “Blade Runner”.

Hace unos días murió Kris Kristofferson. Su mera presencia transmitía seguridad. Su papel en “Inquietudes” es el ejemplo perfecto. Un vaquero solitario a la vuelta de todo en una ciudad que se hunde. Una ciudad fantasmal. Alan Rudolph convirtió Seattle en una Gotham melancólica con Kristofferson como su particular Batman country y un atolondrado Keith Carradine como aprendiz de Joker.

Hay muchas definiciones para explicar el posmodernismo, pero para entenderlo es más sencillo ver “Inquietudes”. El “Blade Runner” de los poetas underground y los músicos de jazz. Un “Blade Runner” alternativo y con menos bombillas, pero sobre todo la película que ya era ochentera en los años ochenta.

Perico Gual

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