El director de “La trampa”, de origen hindú, Night M. Shyamalan ha entendido mejor que nadie el interés que causa lo sobrenatural. Shyamalan se ha convertido en una marca de suspense paranormal, un trasunto a medio camino entre Hitchcock y Iker Jiménez. Su marcado estilo ha dado un sentido nuevo al concepto de inquietud, en una fusión de géneros que ahora se denomina “terror elevado”. Su primera película “El sexto sentido” catapultó su popularidad y desde entonces cada nueva película del director despierta la curiosidad con nuevos misterios fantasmales y mística new-age.
Entre sus virtudes destaca su habilidad para ofrecer al público una fórmula que combina entretenimiento con un barniz de filosofía ligera. Bajo la apariencia de película comercial sus argumentos esconden un latido de trascendencia que activan en el espectador la reflexión y el pensamiento crítico.
Pero si algo caracteriza el cine de Shyamalan es el tratamiento estético del suspense. Con un calculado tratamiento de la imagen, el ritmo y la puesta en escena, Shyamalan transforma lo cotidiano en perturbador. De hecho algunas películas del director son ejercicios absolutos de forma, como la particular invasión marciana de “Señales” donde demostró el juego que puede dar un campo de maíz de noche y una linterna.
Ahora estrena “La trampa”, una película que se libera de la solemnidad sobrenatural y se inclina hacia la parodia. Desde su película “La visita” Shyamalan ha aprendido a reírse de sí mismo. El argumento de “La trampa” es de traca: la policía tiene totalmente rodeado un estadio donde se está celebrando un concierto. La policía sabe que entre el público hay un peligroso asesino. Hay policía por todas partes, en los pasillos, en las salidas de emergencia, incluso francotiradores en las azoteas. El plan tiene un único fallo: no conocen al asesino. No saben quién es. No saben si es rubio o moreno, alto o bajo, en fin, no tienen ni idea. En plena era de la imagen digital la policía no tiene ni una sola imagen. Una operación policial a la altura del inspector Clouseau.
Josh Hartnett interpreta a Cooper, un asesino en serie al que la policía ha sido incapaz de ponerle cara. A pesar de su intensa actividad como psicópata, Cooper ha encontrado tiempo para acompañar a su hija adolescente a un concierto de una famosa cantante pop. Cuando Cooper se da cuenta de la trampa policial busca la forma de salir discretamente del recinto. Una decisión absurda pues escapar no es necesario si nadie te conoce.
Sólo un director como Night Shyamalan se atrevería a presentar un disparate de este calibre sin sonrojarse. Porque el cine de Shyamalan siempre está al borde de lo ridículo. Todo e cine de Shyamalan es una valiente apuesta por una ingenuidad desprejuiciada. De hecho su película “El bosque”, una obra maestra, era un precioso homenaje a la inocencia. Shyamalan, como antes lo hizo Hitchcock, asume el cine como un juego absurdo donde todo es una excusa para pasar un buen rato.
“La trampa” es sin duda la película más gamberra del director. Una película que provoca constantemente al espectador con infinitos sinsentidos. la mayor trampa de “La trampa” sería tomársela en serio. “La trampa” nos obliga a aceptar los códigos de lo inverosímil y dejarnos llevar. “La trampa” no inquieta ni perturba pero es un juguete tan entretenido como “La soga” o “Extraños en un tren” y su villano un tipo tan simpático como Cary Grant o James Stewart.