Me llamo Mario Casas y molo mogollón

Me llamo Mario Casas y molo mogollón

En la fotografía que ilustra este texto aparece el actor Mario Casas molando. Junto a él su hermano pequeño Oscar molando igual. Una fotografía más propia de las revistas del corazón que de una sección de cine. Ocurre que, personalmente, se me hace difícil separar el Mario Casas real de su propio personaje.

Es complicado establecer el momento en que Casas deja de actuar. Es más, pudiera darse la dramática paradoja de que Casas fuera mejor actor en su vida real que dentro de la pantalla. Ahora Mario Casas ha dado el salto a la dirección y presenta en los cines su primera película: “Mi soledad tiene alas”. En ella dirige a su hermano Oscar, protagonista absoluto de la película y simétrico alter ego de Mario en una suerte de relevo generacional.

Además de actor y director, Mario Casas es sobre todo un chico guapo. Ídolo de chicas. Empezó luciendo cuerpazo en la serie de acción “Los hombres de Paco”. Porque Casas es un hombre de acción. En su vida real hace surf, boxea y vive a tope. En definitiva, un macho alfa. Pero España no es Estados Unidos. En Hollywood tienen a Tom Cruise lanzándose en paracaídas y saltando de trenes en marcha, pero en el cine de nuestro país tiene más porvenir el hombre corriente, como en su día Antonio Resines o en la actualidad Javier Gutiérrez.

A falta de películas de acción al estilo Hollywood, Mario Casas sigue buscando su lugar en el cine. En las comedias alocadas de Alex de la Iglesia siempre hay un hueco para él, pero en papeles dramáticos le falta profundidad. Tal vez por eso ha decidido ponerse al otro lado de la cámara.“Mi soledad tiene alas” es una extensión, no disimulada, de la trayectoria de Mario como actor.

Cine adolescente que proclama el espíritu de rebeldía. Un drama de violencia juvenil que mira directamente al cine quinqui. El gran problema es que Mario Casas no es Eloy de la Iglesia y su hermano Oscar no es El Vaquilla. El cine quinqui de los años 70 transmitía una verdad casi documental. Sus protagonistas eran delincuentes reales. Todos acabaron fatal, víctimas del alcohol, la heroína y la violencia en la cárcel. Vidas muy tristes que en pantalla alcanzaron un patetismo sublime. Pero Mario Casas no es patético. Muy al contrario, Mario Casas mola. Es guapo y hace surf. Es difícil creer en su tragedia. De hecho hay en ella algo exagerado, un poco infantil, como ya ocurría en otras películas del actor como “Tres metros sobre cielo” o “Tengo ganas de ti”. Títulos ampulosos, por no decir cursis, en los que Mario parece inspirarse. Tal vez su empeño por ser auténtico resulta desmesurado. En sus excesos vigoréxicos Casas asume la dirección como quien agarra unas mancuernas, un espacio donde continuar descargando adrenalina“Mi soledad tiene alas” lleva una semana en cartelera con una repercusión bastante tibia.

No parece que sus seguidores en Instagram, aquellos que marcan con un “me gusta” sus perfectas abdominales, le hayan seguido hasta las salas de cine. Pero Mario es perseverante en su promoción de la película. Sus declaraciones a la prensa son un chorro de potencia grandilocuente. Ante los medios de comunicación Casas busca expresiones elevadas y metáforas poéticas: “como director he tenido que lanzarme al vacío”, “para ser actor me nacieron alas”. De lo sublime a lo ridículo hay un paso.

Recientemente Mario confesaba, en un conocido programa de televisión, que piensa tatuarse unas grandes alas en la espalda. Si se me permite la analogía fácil no creo que Mario pueda volar muy alto con esta película. De momento su mejor obra sigue siendo él mismo. Ahora bien, creo firmemente que el actor está buscando su madurez y cuando las abdominales pierdan importancia la cobrarán sus relatos.

Perico Gual

Perico Gual

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