El mundo está mejor que nunca. Gracias a los avances médicos y científicos vivimos más y mejor. En Occidente se ha reducido el analfabetismo, la pobreza y la mortalidad infantil. Pero cuanto mejor estamos más nos convencemos de que todo está a punto de estallar.
No son pocas las películas recientes que pronostican una revolución en el seno de la sociedad del bienestar. No me refiero a invasiones zombies ni epidemias bacterianas, sino a revoluciones ideológicas que nacen en el seno del propio sistema. Hace poco el director Todd Philips propuso en su película “Joker” una violenta revuelta urbana en esa ciudad de cómic llamada Gotham. Lo más original de esa revuelta era que no estaba organizada por el Joker sino que tenía su origen en un malestar social generalizado. El Joker era únicamente la punta de lanza de aquella furia colectiva.
En los años 90 la directora Mary Harron adaptó de maravilla la novela “American Psycho” de Bret Easton Ellis. La película de Harron, casi una alegoría, especulaba sobre el colapso capitalista a partir de su protagonista, Patrick Bateman, un agresivo broker neoyorquino interpretado por Christian Bale. No se trataba de una revolución convencional (aquella con masivas algaradas callejeras) sino de un movimiento aniquilador que empezaba y terminaba en su protagonista. Una revolución interior y descontrolada que convertía a Bateman en una bestia. Un psicópata narcisista, cuya violenta escalada hacia el éxito era al mismo tiempo la sentencia de muerte de una forma de vida depredadora. “American Psycho” sigue siendo actualmente uno de los retratos más certeros de las patologías capitalistas.
Ahora es el director Alex Garland quien nos habla de revolución en “Civil War”. No parece ningún secreto que detrás de su película se cierne la alargada sombra del asalto civil al Capitolio por parte de sectores radicales en 2021. Un hecho esperpéntico que podría despertar risa si no fuera por lo inquietante del suceso. La polarización política en Estados Unidos, avivada por personajes como Donald Trump, sirve de inspiración a “Civil War” para especular sobre una nueva (segunda) guerra civil norteamericana.
Como en toda distopía catastrofista “Civil War” incluye una escena cenital con una autopista llena de coches abandonados. Es la peligrosa carretera que atraviesan los protagonistas, un grupo de periodistas determinado a llegar hasta Washington, un estado asediado por las milicias rebeldes. Al frente del grupo de periodistas destacan Kirsten Dunst, interpretando a una famosa fotógrafa y Wagner Moura, al que recordamos por su sobrevalorado papel en la popular serie “Narcos”.
“Civil War” no quiere ser una película de guerra. Su director se aleja de los tópicos del género bélico y convierte la narración en una “road movie” con guerra al fondo. A pesar de los tanques y los soldados uniformados, en la película flota un aire de concierto folk al aire libre. No hay que olvidar que Garland es un director vanguardista y probablemente le daría un patatús si le llamaran clásico. Para evitar el posicionamiento político Garland construye una guerra sin bandos. No hay buenos ni malos, tampoco arengas patrióticas ni discursos épicos. Una guerra desdibujada, plana, incapaz de provocar emoción ni drama. Garland quiere ser moderno, pero su guerra indefinida solo consigue aburrir. En realidad su discurso es más antiguo que el hilo negro, con frases sonrojantes y mil veces oídas del tipo: “en mi vida había pasado tanto miedo como ahora, pero nunca me había sentido tan viva”. Garland quiere ser profundo, pero sólo es víctima de su tiempo. Un tiempo en el que para sentirse vivo hay que escalar la montaña más alta, lanzarse en paracaídas o directamente apuntarse a una guerra.