Ha muerto David Lynch. Un misterio profundo ha rodeado siempre al artista. Un misterio neblinoso como la bruma de ese cigarro que velaba su rostro entre volutas de humo. David Lynch ha desaparecido para siempre en ese humo que ha acompañado su cine y su vida. Nunca sabremos quién mató a Laura Palmer, la protagonista de “Twin Peaks”, pero tenemos muy claro que a David Lynch lo ha matado una de sus grandes pasiones: el tabaco.
Su última aparición en la gran pantalla será recordada como una epifanía de la genialidad. Steven Spielberg eligió a David Lynch para interpretar a John Ford en “The Fabelmans”.Tres directores unidos en una suerte de Santísima Trinidad cinematográfica.
La historia del cine ha dejado grandes directores, pero no tantos genios. Los directores geniales son aquellos que son capaces de inventar todo un universo. Con ellos el cine alcanza su máximo esplendor. Es entonces cuando el cine trasciende su condición de producto para ser llamado Séptimo Arte. Indudablemente David Lynch forma parte de ese Olimpo de creadores.
El universo enrarecido de Lynch hizo su aparición en 1986 en un bonito jardín de un bonito vecindario. Aquel entorno ideal escondía entre la hierba una oreja humana. Una oreja seccionada. Aquel pedazo de cartílago muerto no estaba donde debía estar. Aquella oreja llena de hormigas abría una grieta siniestra en la harmonía de un barrio perfecto. Así empezaba la película “Terciopelo azul”. Tal vez uno de los arranques más estimulantes del cine contemporáneo. Una oreja que despertaba en el espectador un sinfín de preguntas: ¿De quién era la oreja? ¿Quién la cortó? ¿Qué pudo ocurrir? Aquella oreja era el suspense de Hitchcock, pero sobre todo era Luis Buñuel y Salvador Dalí.
Llamar surrealismo al estilo de David Lynch sería quedarse un poco atrás, pero sin duda el director forma parte de esos directores que coloquialmente llamamos raros. Ahora el cine raro campa a sus anchas pero en los años ochenta el cine de Lynch irrumpió como una perturbadora novedad.
La revolución llegó en los años noventa con la serie “Twin Peaks”. Twin Peaks, ese pacífico pueblo de montaña cuya vecindad se ve sacudida por el brutal asesinato de Laura Palmer, la virginal y perfecta estudiante del instituto local. “Twin Peaks” signifió el salto de Lynch a la televisión. Dejar de lado el cine para afrontar los retos técnicos del formato de serial televisivo. Para un artista como Lynch apostar por la televisión parecía un paso atrás en un medio que era visto como un entretenimiento vulgar. Lo que hubiera podido ser un fracaso se convirtió en el acontecimiento televisivo de la década. “Twin Peaks” se instaló semanalemente en el salón de nuetras casas como una perturbación que se deslizaba desde el televisor hasta el sofá. El universo de Lynch ya no era un secreto para minorías sino una oscura revelación que hipnotizaba la mirada de toda la familia a la hora de la cena. ¿Quién mató a Laura Palmer? ¿Qué desalmado pudo atreverse a mancillar una alma tan pura? El taxista, el cartero, el ama de casa en la cola del super, todo el mundo hablaba de Laura Palmer. Hubo un tiempo en que todos esperábamos un nuevo capitulo de “Twin Peaks” con el apetito de un placer culpable.
Si la vida es un gran teatro David Lynch nos invita a cruzar el escenario y asomarnos a lo que acecha al otro lado del telón. Como en los cuentos clásicos el cine de Lynch es un mundo mágico entre la luz y la oscuridad, entre el cielo y el infierno. Lynch nos previene de que todo lo bello esconde un monstruo, como ese jardín edénico de “Terciopelo azul” donde la maldad se esconde en la hierba. Más pronto que tarde descubriremos que Laura Palmer no era tan virginal ni tan perfecta y que detrás de su limpia sonrisa se escondía un horror infinito. Después de Lynch es imposible contemplar la naturaleza con inocencia, porque sabemos que el sonido primordial de la crueldad más despiadada crepita en el reverso de todas las cosas.




