Un silencio que hace reír

Un silencio que hace reír

Un silencio gracioso, así era el humor de Eugenio. Lo que hacía especial los chistes de Eugenio eran precisamente sus largos silencios. La película “Saben aquell” es un cariñoso homenaje a este humorista catalán, sin duda uno de los mejores que ha dado España. De forma muy acertada el director David Trueba se ha centrado en una etapa de su vida que fue luminosa y feliz, evitando los últimos años ensombrecidos por la depresión, el alcohol y las deudas. Una película que habla de humor pero sobre todo de amor.

Es muy probable que muchos lectores, especialmente los más jóvenes, no tengan la más mínima idea de quién fue Eugenio. Para todos ellos hay que recordar que Eugenio fue un humorista (si se le puede llamar así), cuya popularidad en la televisión de los años 80 sería equiparable a la que alcanzó Chiquito de la Calzada décadas más tarde. Eso sí, con estilos totalmente opuestos.

A simple vista no había en Eugenio nada especial. No hay nada muy original en un hombre que cuenta chistes. Además sus espectáculos eran muy austeros. De hecho se hace difícil llamarlos espectáculos. Pero había en Eugenio algo realmente extraño. Su actitud parecía ir en contra del humor. Sus intervenciones televisivas se hicieron famosas precisamente por sus largos silencios y una sobriedad en la que flotaba un aire de amargura. El humorista se presentaba ante su púbico sin estridencias. Impasible, siempre sentado en una butaca alta, vestido de negro, un cigarro en la comisura, un vodka naranja en la mano y sobre todo un enorme silencio. Con esos mínimos elementos Eugenio transportaba a los asistentes a un ambiente de night-club propicio para la divagación y la confesión íntima. Desde el escenario Eugenio absorbía al público sin abrir la boca. Captaba su atención como un hipnotizador y la convertía en un agujero negro donde no quedaba nada salvo el humo de tabaco y el tintineo de unos hielos contra el cristal. De hecho esa sensacíón de vacío era la que despertaba una comicidad espectante. Aquellos silencios no sólo alimentaban la curiosidad sino también la reflexión. De alguna forma ese epacio de silencio litúgico cuestionaba la presencia del espectador y el sentido de todo aquello. Una suspensión del tiempo casi filosófica.

David Trueba centra su película en los años de la transición, cuando la muerte de Franco permitió que los transistores cantaran con euforia las protestas de Lluís Llach, el torrente vocal de Nino Bravo o la rebeldía atiplada de Jeanette. Porque Eugenio, lejos del humor, empezó cantando. Junto a su mujer, Conchita Alcaide, formaron el grupo “Els dos“. Sin duda era ella la voz bonita del dúo y Eugenio, más que otra cosa, un hombre enamorado. Sus coros a dos voces sonaban con la suavidad de una plegaria en misa de Domingo. Un estilo muy habitual en una época dominada por el fervor católico. Actuaban en salas de fiesta y en los descansos entre canciones Eugenio contaba algún chiste breve. Con el tiempo esta costumbre fue calando entre el público que parecía esperar con más ganas los chistes que las baladas. Poco a poco Eugenio, sin quererlo se convirtió en el protagonista. La película cuenta aquella transformación de la canción al humor, sin que dicho cambio supusiera ningún trauma para la pareja.

La mayoría de humoristas son agotadores. Se esfuerzan demasiado en parecer graciosos. Gesticulan, ponen caras raras, exageran la voz. Quieren dejar bien claro que es momento de reír. Casi parece una obligación. Hacer el tonto como epítome de la diversión. Eugenio ha sido el único humorista que ha remado en contra de esa tendencia. Lento, silencioso, casi aburrido. Lejos de la afectada locura de otros humoristas sus espectáculos eran pura cordura. Pura reflexión. Eugenio ha sido un iconoclasta a su pesar y mucho más relajante que una clase de yoga. “Saben aquell“ no es un mero ejercicio de nostalgia, ni siquiera un homenaje. Es un paso de gigante en la construcción de Eugenio como leyenda.

Perico Gual

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