¿Conoce usted las películas favoritas para los Oscar de este año? Si su respuesta es negativa no se preocupe, es normal. Tal vez a usted el cine le importa un rábano y supone que si no conoce las películas es por culpa de su desinterés. No se engañe. Por poco que le guste el cine, seguro que conoce “Titanic”, por citar una película famosa en el mundo entero. Esa es la idea. El cine, el gran cine, llega a todo el mundo, incluso a usted.
El año 2024 ha estado marcado por un cine que da la espalda al público. Un cine fantasma. Un cine poco interesado en conectar con la gente. De unos años a esta parte Hollywood está apostando por un cine extraño que parece plegarse sobre sí mismo. Un cine de vocación rupturista obsesionado por cabalgar sobre la gran ola de las nuevas corrientes de pensamiento progresista. Eso que ahora se denomina pensamiento “woke”. Cine activista, feminista, empoderado, ecologista, social…en definitiva, un cine que ya no se preocupa tanto por entretener como por reivindicar. Un cine al servicio de la ideología y lo que es peor: un cine para minorías. Lo habitual en otros tiempos era que las películas favoritas de los Oscar fueran también las más taquilleras. Pero esa feliz coincidencia es cada vez más inusual. El nuevo Hollywood quiere convencernos de que ese cine para minorías es la última Coca-Cola del desierto.
La gran sorpresa de este año, y no para bien, ha sido “Emilia Pérez”. Lo que ha ocurrido con esta película ha sido realmente inaudito. En tiempos de premios es habitual que algunas películas caigan en desgracia. La agresiva auditoría de los medios de comunicación pone contra las cuerdas a actores, actrices y directores sometidos al despiadado escrutinio de la hemeroteca. Así ha ocurrido con “Emilia Pérez” tras conocerse las radicales opiniones tanto de su director, Jacques Audiard, como de su actriz principal, Karla Sofía Gascón. En una entrevista Audiard declaró que el español era un idioma de gente pobre y poco tiempo después se descubrieron unos mensajes en redes sociales donde Karla Sofía Gascón volcaba todo su odio contra el pueblo magrebí. Pero lo más demencial de “Emilia Pérez” no han sido los escándalos de sus protagonistas sino el cambio de sentido que ha sufrido la película. “Emilia Pérez” llegaba a las pantallas como una defensa de la causa transexual y contrariamente a lo esperado no ha sido bien recibida por el propio colectivo transexual. El reconocido filósofo Paul B. Preciado clavó la puntilla contra la película en un demoledor artículo en “El País” en el que la acusaba de tránsfoba y colonialista.
Los premios Oscar de este año tenían dos películas favoritas: “Emilia Pérez” y “The Brutalist”. Pero todo indica que “Emilia Pérez” ha perdido el favor de la academia. Con “Emilia Pérez” fuera de la ecuación lo que nos queda es “The Brutalist”. ¿Conoce usted “The Brutalist”? Probablemente no. “The Brutalist” es esa película sobre arquitectura que todos esperábamos. Tal vez usted no la esperaba. Tal vez yo tampoco. Pero alguien, en algún lugar, debió pensar que el público haría cola en los cines para conocer las desventuras de un arquitecto judío en Estados Unidos huyendo del nazismo. “The Brutalist” es, otra vez, una película fantasma. Una película que parece salida de ese laboratorio de ideas en el que se ha convertido el nuevo cine estadounidense. En realidad “The Brutalist” no es una mala película, de hecho la crítica profesional se ha dejado las manos aplaudiendo, pero de nuevo surge la pregunta: ¿Qué pasa con el gran público?
“The Brutalist” es intelectual, críptica y muy oscura. La turbia relación entre un lúgubre arquitecto judío (Adrien Brody) y un déspota magnate de las finanzas (Guy Pearce) recuerda mucho a esa joya para minorías cinéfilas llamada “Pozos de ambición”. En ambas películas domina el rumor de una inquietud velada, donde lo que más importa es lo que no se ve. “The Brutalist” es, otra vez, una película que parece hecha para ese exclusivo club de personas con gafas que piensan, hablan, leen y viven el cine las veinticuatro horas del día. “The Brutalist” no es una película fácil y ni de lejos una película para todo el mundo.
Hubo un tiempo en que el cine se esforzaba en gustar al mayor número de personas posible. Buscaba un lenguaje universal que pudiera entender todo el mundo. Una suerte de esperanto visual que uniera a la gente. Pero ahora el cine está dividido, fragmentado en la cultura de la multi pantalla. Reducido a pixels en la diminuta pantalla de un teléfono móvil. El cine anda como pollo sin cabeza, sin saber cómo llamar la atención de la nueva sociedad digital. Quedan apenas horas para que empiece la gala de los premios Oscar y todo es posible, aunque bien mirado cada vez nos importa menos.