En una escena de “Hasta el fin del mundo” el protagonista le enseña a su mujer su nuevo hogar. Una humilde cabaña de troncos en la falda de unas tristes peñas. Ante la desoladora estampa la mujer exclama: “¡no hay nada! ¿qué vamos a hacer aquí?”, a lo que el hombre responde satisfecho: “lo menos posible”.
Siguiendo esta deriva de gandulería hace unos años el director John Maclean titulaba su primera película “Slow West”, es decir, un western lento. Ciertamente en “Slow West” las cosas ocurrían como si no ocurrieran. El espectador tenía la extraña sensación de que no pasaba nada aunque los protagonistas estuvieran en mitad de un violento tiroteo. Otra película que dejaba las cosas claras desde el mismo título era “Dead Man”. Una película anestesiada, en la que Jonny Deep transitaba entre la vida y la muerte.
Definitivamente las películas del oeste se han vuelto perezosas, nada que ver con el western clásico donde reinaba un movimiento constante. De hecho algunas escenas se aceleraban para enfatizar velocidad, como el desenfundar de un revolver o el galope de los caballos. En las películas de John Ford el trajín era incesante. Indios apaches subiendo una colina, indios apaches bajando otra colina, el Séptimo de Caballería cruzando el desierto, el Séptimo de Caballería subiendo la misma colina que habían bajado antes los apaches…en fin, un jaleo de campeonato.
Ahora el actor Viggo Mortensen se pasa a la dirección y estrena “Hasta el fin del mundo” donde también actúa de protagonista junto a la actriz Vicky Krieps. “Hasta el fin del mundo” es un western relajado siguiendo la tónica de los tiempos. Hay mucho del actor en la película porque Mortensen es un poco “hippie”. No lo digo con ironía, creo que en la vida real Mortensen es un poco “hippie”. Además de su trabajo en el cine Mortensen pinta, escribe, es trotamundos y habla más de cuatro idiomas. Ignoro si toca el ukelele, pero sería la guinda perfecta. Digo esto porque “Hasta el fin del mundo” tiene mucho del espíritu “hippie” de su director. Su protagonista quiere vivir una vida sencilla con su mujer, cuidar de su cabaña, de su huerto y formar una familia. Un planteamiento que recuerda mucho a la vida que quería llevar el mítico personaje de Jeremiah Johnson en el clásico de Sydney Pollack.
“Hasta el fin del mundo” quiere ser un western “hippie” pero los códigos del western más clásico se lo impiden. Si a Jeremiah Johnson le fastidiaban el plan los indios a Mortensen le fastidian el plan un malvado terrateniente y la maldita guerra de Secesión. Hay mucho de western setentero en “Hasta el fin del mundo”. Una década en la que el género se alejaba de los rigores castrenses de John Ford para responder a las nuevas demandas sociales. El western setentero se hacía eco de valores como el pacifismo y el amor libre en obras maestras como “La leyenda de la ciudad sin nombre”, “Mc Cabe y Mrs. Miller” o la preciosa “La balada de Cable Hogue”. “Hasta el fin del mundo” tiene su mayor virtud en ese pulso entre la rígida tradición y una laxitud contemplativa. No es una película perfecta (las licencias feministas son de un chirriante anacronismo) pero Mortensen construye una película romántica a su manera, muy entretenida y respetuosa con el género.
Hace décadas que se viene hablando de la crisis del western, pero el género se resiste a desaparecer. El western vive una larga convalecencia que ha propiciado un tono de romántica decadencia. Ahora todos los westerns son crepusculares. Por encima de todo lo que ha hecho el western es cambiar. El western clásico era el heraldo de símbolos de grandeza. Sus infinitas llanuras y sus inabarcables horizontes engrandecían las pasiones y las venganzas. En cambio el western moderno pone el foco en lo pequeño, lo cotidiano y lo banal. Un nuevo estilo para un mundo que ha roto con los valores trascendentes.